Día 1 . Llegada a Tanzania y primeras impresiones
Nada más aterrizar en el aeropuerto de Kilimanjaro, ya notamos que todo era distinto: la luz, el color del cielo, el olor en el aire, el ritmo… y la gente. Éramos los únicos “blanquitos” en la terminal, y eso nos situó de inmediato: estábamos lejos de casa, en un lugar con otra energía, otra historia. Antes de salir a vivir la aventura, tuvimos que hacer una larguísima cola en el control de pasaportes, más de una hora y media de espera. No es raro, especialmente en temporada alta, así que mejor llegar con paciencia y con todos los papeles listos.
A la salida nos esperaba el equipo de la agencia, sonrientes, puntuales y con un cartel con nuestro nombre. Nos llevaron en una minivan cómoda hasta nuestro hotel en Arusha. Durante el trayecto —ya con el cansancio del vuelo encima— ocurrió un momento mágico: pudimos ver el Kilimanjaro nevado a lo lejos, enmarcado por el paisaje tanzano. Fue uno de esos instantes que te hacen tomar aire y decir: “Ya estamos aquí. Esto empieza”.
Nos alojamos en el Kibo Palace Hotel. Llegamos muy tarde, pero aun así nos prepararon algo de cenar, con un menú sencillo y occidental (pizza, pasta, ensalada). Estábamos agotados, pero ese gesto de bienvenida cálida nos reconfortó muchísimo. Dormimos como piedras. No solo por el cansancio, sino por la emoción contenida de saber que al día siguiente empezaríamos, por fin, nuestro primer safari.
Día 2 .Primer safari: caminata entre jirafas en el Parque Nacional de Arusha
Nos despertamos temprano con un chispeo suave. El cielo gris, la tierra húmeda y el aire fresco le daban al paisaje una atmósfera casi mística. Así arrancaba nuestro primer día real de safari. Conocimos por fin nuestro jeep: cuatro asientos individuales en dos filas, cada uno pegado a su ventanilla. En la parte trasera iba el equipaje, y entre los asientos traseros: una pequeña nevera con agua, Coca-Cola y alguna cerveza o botellita de vino. En el asiento del copiloto, nuestro guía viajaba con las cajas de comida. El techo se eleva manualmente para poder ponerse de pie y asomarse durante el avistamiento.
Ese día visitamos el Parque Nacional de Arusha, un parque muy especial porque permite algo único: hacer un tramo a pie. Desde el parking dejamos el coche y empezamos una caminata guiada por un ranger del parque, que iba con uniforme oficial y escopeta. Nos explicó que en Arusha no hay depredadores grandes, pero que los búfalos pueden volverse impredecibles cuando envejecen o se sienten amenazados.

El paseo fue breve, pero inolvidable. Caminamos entre vegetación frondosa, escuchamos los sonidos de la selva, y nos hablaron (en inglés) de las plantas medicinales, aves locales y mamíferos del entorno. Fue en este parque donde vimos nuestras primeras jirafas, caminando junto a nosotros, a pocos metros de distancia.
Tras la caminata volvimos al coche y nos dirigimos a una zona habilitada para comer dentro del parque. Por la tarde, llegamos a nuestro alojamiento: una pequeña villa dentro de un proyecto social en la zona de Amini. Se trataba de una casita preciosa, decorada con gusto, con varias habitaciones y baños, y unas vistas espectaculares. Nos sentimos cuidados y acogidos desde el primer momento. La cena nos la trajeron directamente a la villa y nos la sirvieron en el salón. Fue un refugio cálido y reconfortante. Dormimos con la sensación de estar exactamente donde queríamos estar.
Día 3 – Encuentro con el proyecto Amini y llegada al Lago Manyara
Después de la experiencia del safari a pie, el tercer día nos brindó una oportunidad única: conocer de cerca un proyecto solidario que va más allá del turismo. Por la mañana, un joven del proyecto vino a buscarnos y, caminando, cruzamos una aldea local. Íbamos conversando con él sobre la vida en la comunidad, cuántos niños vivían en la zona, qué hacían, cómo funcionaba la escuela… Un paseo sencillo pero lleno de contenido.
Nos dirigíamos a conocer el corazón del proyecto Africa Amini Alama, fundado por la doctora Christine Wallner (de origen austriaco) y más tarde ampliado por su hija Cornelia Wallner-Frisee. Su objetivo es apoyar a las comunidades locales con proyectos sostenibles. Al llegar al orfanato y a la escuela de hostelería, nos impresionó la sencillez del entorno, pero también su eficacia. Nos recibieron con calidez, sonrisas y una naturalidad desarmante. Casi no sacamos fotos, por respeto. Fue sin duda uno de los momentos más humanos y especiales del viaje.
Después, seguimos ruta en dirección al Lago Manyara, cruzando paisajes increíbles. Hicimos una parada en el Big Momella Lake, tranquilo y lleno de aves. Lo más impactante fue lo que vimos en las propias carreteras: un desfile continuo de vida. Llegamos al Maramboi Tented Lodge, ubicado junto al lago, con casitas sobre plataformas de madera y una casa principal con restaurante y terraza. La amabilidad del personal fue sobresaliente. Dormimos escuchando los sonidos de la sabana.

Día 4 – Elefantes entre baobabs: descubriendo Tarangire
Después del desayuno en el Maramboi Tented Lodge, salimos rumbo al Parque Nacional de Tarangire, uno de los más emblemáticos del norte de Tanzania y famoso por su inmensa población de elefantes y los espectaculares baobabs gigantes que lo salpican.
Era un día soleado, con cielo despejado. Tarangire fue nuestro primer safari completo desde el jeep, y la emoción era total. Íbamos con las cámaras listas, prismáticos al cuello y la adrenalina alta. Lo que más nos impactó fue la cercanía de los elefantes. Verlos en libertad, a pocos metros del coche, desplazándose con esa calma majestuosa… es algo que no se olvida.
Estuvimos sacando mil y una fotos. Elefantes, cebras, impalas, jirafas… pero más allá de la lista de animales, lo especial fue la sensación de estar dentro del movimiento de la sabana. Al mediodía comimos dentro del parque, en una zona habilitada para picnics.
Después del safari, tomamos rumbo hacia nuestro alojamiento en Karatu, el Africa Safari Lodge. Está ubicado en una colina desde donde se divisa a lo lejos el Lago Manyara. La panorámica al atardecer fue sencillamente espectacular.

Día 5 – El Cráter del Ngorongoro y la entrada al Serengeti
Nos despertamos con nervios. Ese día íbamos a conocer uno de los lugares más emblemáticos de Tanzania: el Cráter del Ngorongoro. Pero también amanecimos con el corazón encogido por la noticia del accidente sufrido por una familia vasca en la zona el día anterior. Tranquilizamos a nuestra familia desde allí, sabiendo que estábamos en buenas manos.
Dentro del cráter, lo que encontramos fue maravilloso: un ecosistema vibrante. Vimos nuestros primeros leones, leonas, cebras, búfalos, flamencos, ñus… Todo coexistiendo en un espacio cerrado pero libre. La familia de leones nos dejó sin palabras.
Tras unas horas dentro del cráter, salimos y pusimos rumbo al Serengeti. El paisaje fue transformándose hacia la sabana abierta. Dormimos en el Safari View Luxury Camp, con tiendas amplias y cómodas. Por la noche, el personal nos ofreció un espectáculo de danzas tradicionales junto al fuego. Fue una noche mágica.

Día 6 – Rumbo al norte del Serengeti: depredadores, la Gran Migración y el río Mara
Amanecimos y partimos hacia el norte del parque, en busca del río Mara y de la Gran Migración. Una de las ventajas de alojarse dentro del parque es que desde primera hora ya estás viendo animales.
Gracias al sistema de radio entre guías, localizamos una manada de leonas cazando, y más tarde, una pareja de guepardos devorando una presa reciente, con los morros llenos de sangre. Fue impactante. Llegamos al río Mara, esa frontera natural que cruzan los animales migratorios. Verlos cruzar, tranquilos, a pesar de los cocodrilos, fue sobrecogedor.
Dormimos en el Gnu Mara Migration Camp. Menos turistas, más silencio, más autenticidad. La puesta de sol, los sonidos de la noche, y el entorno salvaje fueron inolvidables.

Día 7 – Comunidad masái, avería y vuelta a Karatu
A la mañana siguiente salimos del Serengeti y cruzamos territorio masái. Nuestro guía nos llevó a visitar a su tía en una aldea local. Fue un encuentro muy auténtico. Nos hablaron de su modo de vida, los conflictos entre tradición y necesidad de escolarización. Visitamos también una escuela local donde los niños nos recibieron entre risas.
Ese día tuvimos un percance mecánico: uno de los amortiguadores del jeep falló. Salimos un poco del camino hasta llegar a un taller muy sencillo. Con ingenio, humor y soldadura improvisada, lo arreglaron. Fue una experiencia bonita ver la colaboración entre guías y la humanidad del lugar.
Al final del día, nos alojamos en el Tloma Lodge, con jardines cuidados y villas de madera. Fue un lugar ideal para descansar después de una jornada tan variada.

Día 8 – Mercados, museo y peinados en Arusha
De vuelta en Arusha, pasamos el día conociendo algunos mercados. La ciudad nos pareció caótica, poco atractiva y no muy segura para callejear, con escasa presencia de turistas.
Visitamos el Museo Nacional de Historia Natural (The Boma), donde disfrutamos de exposiciones sobre evolución humana, fauna local y tortugas vivas en los jardines.
Ya en el hotel, una peluquera vino a hacerles a nuestras hijas peinados afro con trenzas. Se veían felices, y fue precioso ver cómo las mujeres locales las miraban sonrientes, encantadas de verlas tan integradas.

Día 9 – Lago Duluti y despedida
Nuestro vuelo salía por la tarde, así que por la mañana hicimos una excursión al Lago Duluti. Paseamos por la orilla, observamos aves y disfrutamos del entorno verde y tranquilo.
Durante el trayecto de regreso pasamos por varios pueblos en domingo, con celebraciones, música y colorido. Fue un cierre vibrante y alegre.
En el aeropuerto, las azafatas rociaron el techo del avión con desinfectante, una escena curiosa para nuestras hijas. Nos despedimos del guía con cariño y gratitud.
Epílogo – Lo que nos llevamos
Pocas compras, apenas unas pulseras y una camiseta. Pero volvimos con algo mucho más valioso: miradas, aprendizajes, naturaleza pura, realidades distintas y momentos familiares que quedarán para siempre.
Tanzania nos cambió un poco a cada uno. Y eso, sin duda, es el mejor recuerdo de todos.
